lunes, 21 de noviembre de 2011

La diva y la “vamp”.


Asta Nielsen
En los albores del cine (todavía mudo), la mujer empieza a conquistar una cierta relevancia e independencia en los falocráticos inicios del siglo XX, y como actriz se aventura a incursionar en otros papeles además de los arquetípicos de virgen, madre o puta.
El séptimo arte heredó del melodrama del siglo XIX dos prototipos femeninos muy bien definidos: la rubia, virginal, inocente y angelical heroína y la fulana lasciva, perversa, pecadora y apasionada.
Las transformaciones sociales y las obras eróticas de Henry Bataille ofrecieron un campo fértil para que los cineastas daneses, los entonces líderes mundiales en la producción de dramas para adultos, desarrollaran a partir de la voluptuosidad de una inquietante actriz teatral de grandes ojos negros, rostro hierático y figura juvenil, un nuevo ícono femenino.
La “vamp” es esa mujer fatal, dislocada y malévola capaz de causar la ruina del protagonista masculino que sucumbe indefenso a sus maléficos encantos.
La primera “vamp” fue encarnada por Asta Nielsen, una inquietante actriz que sólo había alcanzado papeles secundarios ya que su lasciva belleza no encajaba con los cánones de la época.
A esta actriz se le atribuye la transformación de un trabajo actoral teatral a una actuación de estilo naturalista mucho más sutil.
Bajo la dirección de su marido, Urban Gad, la Nielsen encarnó en más de 70 películas a mujeres tenaces y apasionadas. Sin embargo, el alto contenido erótico de sus actuaciones, que le ganaron un gran número de seguidores y el reconocimiento del público europeo, también le atrajo el despiadado juicio de la censura.
El escándalo que las películas de Asta Nielsen provocaban también condenó a un desconocimiento casi total de su filmografía en América.
De sus obras destacan “Der fremde vogel” (1911), “Die mädchen ohne vaterland”, (1913), su versión con protagonista femenina de “Hamlet” (1921) y “Die Freudlose Gasse”  (Georg W. Pabst, 1925) en la que aparece una incipiente Greta Garbo.
Lyda Borelli
En Italia, el estreno de “Ma l’amore mio non muore” (Mario Caserini, 1913) marcó, con el desbordado entusiasmo del público por Lyda Borelli, el nacimiento de la “diva”, la versión mediterránea de la “vamp”.
Al igual que la “vamp” nórdica, la “diva” representa a una la hembra burguesa, espléndida, soberbia e innacesible, la “donna muta” que condenan a los hombres a la desdicha con una simple mirada.
La Borelli era la encarnación decadente de la belleza prerrafaelista: delgada, con pelo rubio y ondulado y de poses manieristas, pero seductoras.
El furor que causó la Borelli entre las jóvenes fue de tal magnitud, que miles que se mataban a dietas e imitaban sus retorcidas posturas fueron diagnósticadas como víctimas de “borelismo”.
Son especialmente atractivas sus películas en las que representa personajes condenados y que rayan en lo sobrenatural como “Rapsodia satanica” (Nino Oxilia, 1915), en la que una anciana hace un pacto con el diablo a cambio de eterna juventud; “Fior di male” y “Malombra” (Carmine Gallone, 1915 y 1917).
En 1915 y en pleno auge de la Borelli y otras divas, William Foz relanzó, esta vez como marca estadounidense, a la “vamp” encarnada por Theda Bara.
Theda Bara
Theda Bara, “el ángel del mal”, fue el mito creado por los publicistas de la Fox: se dijo que había nacido en el desierto del Sahara, hija natural de un pintor francés y una esclava árabe escapada del harén de un omnipotente sheik del desierto. Los propagandistas la llamaron "la mujer más perversa del mundo", y el público creía pie juntillas que poseía poderes mágicos y que cualquier hombre al que mirara se convertía de inmediato en un juguete en sus manos.
Al contrario de la diva italiana, esa criatura patricia que sucumbe víctima de sus propias pasiones, la “vamp” americanizada es  una gran pecadora, una devoradora de hombres de actitud provocadora que a pesar de su origen plebeyo se transformaría, con el paso del tiempo, en la mujer fatal, la vampiresa del cine negro de los años 40 y 50.

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