martes, 2 de noviembre de 2010

Sueño, luego existo


 Un hombre afila una navaja de afeitar, el hombre inmoviliza los párpados de una impasible mujer, la navaja se acerca al ojo y lo cercena por la mitad… esta secuencia de El Perro Andaluz (1932) es probablemente una de las más conocidas y perturbadoras del cine.

En 1924, André Breton escribió el Manifiesto del Surrealismo que dio inicio a este movimiento que enaltecía “la realidad superior de ciertas formas de asociación, la omnipotencia de los sueños, la obra indirecta del pensamiento.” Bajo este postulado, se privilegió la escritura y pintura “automáticas” con la creencia que esa era la única forma para que la psique aflorara. En el cine, el surrealismo se tradujo en imágenes evocadoras, deseos no dominados, escenas bizarras e íconografía fantástica.

El montaje del cine surrealista está fuertemente arraigado en la teoría freudiana, pero también en el efecto Kulechov, sin embargo la suma de planos no busca la lógica narrativa sino la respuesta emocional del espectador ante secuencias que no sólo rompen sino que desconocen la continuidad, emulando el mundo onírico.

Al contrario del cine abstracto, en el surrealista existen personajes identificables pero que imposibles de ubicar en el tiempo-espacio; también, contrario al cine impresionista los sueños o alucinaciones no están motivados por la psicología de los personajes que en las películas surrealitas suele ser inexistente.

Como movimiento, el surrealismo se tradujo en la tiranía de una pequeña secta. Los enfrentamientos y malentendidos entre sus integrantes dieron como resultado que casi todas las películas (y sus autores) hayan sido parcial o totalmente excluidas o marginadas, con la excepción de la Edad de Oro de Buñuel que fue unánimemente declarada obra surrealista.

La afiliación de Breton al partido comunista a finales de 1929 significó el fin del movimiento unificado. Al ser incapaz de resolver la discusión bizantina si el comunismo era el equivalente político del surrealismo (¡!), se produjo la diáspora, sin embargo, algunos surrealistas continuaron pregonando sus preceptos: Buñuel fue un fiel discípulo hasta el final de su vida, Jean Vigo  (Cero en Conducta, 1933), Alain Resnais (El último año en Marienbad,1961), Manoel de Oliveira…

El deseo sexual, las fobias, la violencia, la corporeidad de la muerte, la blasfemia son temas recurrentes del surrealismo y su anti-racionalidad puede ser fastidiosa si pretendemos entender esas películas, así que si Usted quiere disfrutar del cine surrealista sólo déjese caer en su butaca y preste ojos a su subconsciente.

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