El cine llegó a México el 6 de agosto de 1896 de la mano de dos proyeccionistas (Bernard y Veyre) enviados por los propios hermanos Lumière para sorprender a la sociedad porfirista con escenas de la vida parisina.
De esta forma, México fue el primer país americano en disfrutar de este invento y el primero donde se filmaron “vistas” locales, incluyendo un duelo (actuado) en Chapultepec que causó estupor entre el público que no distinguía entre ficción y realidad.
La avidez del público mexicano por nuevas “vistas” originó una industria nacional:
Salvador Toscano (Memorias de un mexicano), Guillermo Becerril, los hermanos Stahl, los hermanos Alva, Felipe Haro y Enrique Rosas fueron los primeros en incursionar en este arte y que igual produjeron documentales, como ficción, películas históricas como románticas.
Entre las obras silentes mexicanas, la más destacada es El automóvil gris (Enrique Rosas, 1919), un filme de que narra en doce episodios las aventuras de una famosa banda de ladrones de joyas de la época. La película mezcla la representación de las acciones delictivas de la banda con el fusilamiento real de sus miembros.
En 1931, se estrena la primera película con sonido directo sincronizado: Santa de Antonio Moreno, estelarizada por Lupita Tovar y con música de Agustín Lara.
En el desarrollo del cine mexicano destacan dos acontecimientos: la Revolución Mexicana y la influencia de Einsenstein.
La Revolución (1910-1917) fue el primer acontecimiento histórico totalmente filmado en el mundo y definió un estereotipo del mexicano, sus personajes, entorno y temáticas, que será explotado con gran éxito por la “comedia ranchera” de la Época de Oro.
Entre 1930 y 1932, Einsenstein rodó ¡Que viva México!, aun cuando la obra no fue terminada por falta de financiamiento, los bellos paisajes, las nubes fotogénicas y la exaltación del indígena y sus tradiciones son rescatados por la siguiente generación de realizadores: el propio Fernando de Fuentes, Gabriel Figueroa, Ismael Rodríguez, Roberto Gavaldón, Julio Bracho, Emilio Fernández, entre otros, quienes desarrollarán una inconfundible iconografía visual a partir de esos elementos.
Allá en el Rancho Grande (1936) de Fernando de Fuentes marca el inicio de la llamada “Época de Oro del Cine Mexicano” y el premio a la mejor fotografía de la Muestra Internacional de Cine de Venecia otorgado a Gabriel Figueroa le brindará a las creaciones mexicanas paso franco a las pantallas internacionales.
(continuará)
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