El día 12, falleció a los 80 años, Claude Chabrol, uno de los fundadores y de los últimos supervivientes de la Nouvelle Vague (La Nueva Ola), movimiento que revolucionó el cine a finales de los años 50 gracias al liderazgo demostrado por André Bazin en la revista Cahiers du Cinema.
Gracias a la elogiosa crítica de Chabrol, Hitchcock se ganó su lugar inegable entre los grandes directores. Como fundador de la productora AJYM, produjo las primicias de algunos exponentes de la Nueva Ola como Jacques Rivette, Éric Rohmer, Philippe de Broca, Jacques Gaillard, así como las primeras obras del propio Chabrol en las que cumple a cabalidad con los principios de este movimiento.
En sus propias palabras, su cine se define por personajes, siempre complejos que se balancean entre la superficialidad y la profundidad; las tramas, simples y evidentes y con una estructura ausente que da al relato un precario equilibrio entre la apariencia y la realidad subrayado por una puesta en escena casi teatral. En las películas de Chabrol no hay sorpresas, no hay vueltas de tuerca, pero podemos deleiternos en descubrir las motivaciones de los personajes y sus interacciones que construyen una crónica en la que el relato cinematográfico es un pretexto.
Otra de las características del cine de Chabrol es el triángulo: un extraño aparece para perturbar la vida de una pareja (de amistad o romántica), con consecuencias fatales. Esta estructura surgida desde Los primos (1959) se mantendrá vigente durante toda la filmografía de Chabrol de una forma más o menos evidente.
Heredero de la tradición cinematográfica de Fritz Lang, Alfred Hitchcock y Ernest Lubitsch, Chabrol se empeñó en desenmascarar la hipocresía, violencia y vicios ocultos de la clase media francesa lo que le valió en más de una ocasión el reconocimiento por la alta calidad de sus obras: El bello Sergio (1958) obtuvo el premio a la mejor dirección en el Festival de Locarno y el Premio Jean Vigo; Los primos, el Oso de Oro del Festival de Berlín y Madeleine Robinson sería reconocida por su interpretación en Una doble vida (1959) en la Muestra de Venecia.
Su cine tiene una marca tan identificable e incomparable que le valió su propio adjetivo entre el público cinéfilo, por eso es necesario ver sus obras para reconocer ese modo de ser “chabroliano”.
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