martes, 2 de noviembre de 2010

El libro es mejor que la película…

A todos nos ha pasado: nos encantó el libro, nos relamimos los labios y nos dejó con todas las emociones a flor de piel. Tiempo después nos anuncian el estreno de una película basada en “nuestro” libro y ahí vamos con nuestras más altas expectativas a encontrar la fiel representación de nuestra imaginación. La más de las veces quedamos decepcionados porque no “el libro es mejor”.





La adaptación literaria ha sido la principal fuente de historias del cine (incluidos espectaculares fiascos) y puede parecer lo más natural “transcribir” a la pantalla esa película mental que nos montamos al leer un libro, sin embargo, esa operación ni es banal ni sencilla. Lo fundamental es entender que el cine y la literatura son lenguajes distintos, por lo tanto la adaptación de una historia al cine no se trata únicamente de “reconstruir la historia”, sino de una simple y llana transmutación.





¿Cómo establecer una equivalencia entre las palabras escritas y la imagen en movimiento? No podemos circunscribimos a una continuidad dialogada (una aproximación más cercana al teatro) porque dejaremos fuera todas las otras evocaciones, entonces adaptar impone la necesidad de transformar la escritura en los signos propios del cine: encuadres, montaje luz, música, espacio y tiempo para que a partir de la puesta en escena la historia renazca en una dimensión distinta a la literaria.





Mientras que en la literatura el avance de la historia queda a cargo del narrador (que nos va develando los puntos de cruce de la historia), en el cine este avance queda a cargo de las imágenes y del propio tiempo cinematográfico. Frédéric Subouraud menciona que en cine no se debe hablar de narrador, sino de “punto de vista”, en este sentido el punto de vista será el que nos demuestre el director mediante la compleja manipulación de todos los recursos estilísticos de los que dispone para imponer su particular “punto de vista” al que los lectores hayamos adquirido de la novela.





Mi recomendación a los ávidos devoradores de novelas es que abandonen toda esperanza de encontrar en una adaptación lo entreñable de la historia, sin embargo, entren a la sala con la mirada limpia del cinéfilo y permitan que la película los guíe con su particular lenguaje a una nueva experiencia, dejen que la historia se eclipse y que la película brille en majestad.

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