Robert Bresson, ese cineasta francés nacido en 1901, fue el creador de un discurso de absoluto ascetismo que se demuestra en sus trece largometrajes que son tan admirables como severos.
Mientras sus contemporáneos —Fellini, Antonioni y Bergman— escogieron el camino de expresar sus angustias existenciales mediante las actuaciones emotivas y los personajes entrañables; Bresson eligió subyugar al espectador con una mirada aparentemente fría y distante, totalmente desvinculada del cine tradicional, al que Bresson acusaba de teatral, y “rigurosamente cinematográfica”. Este estilo busca crear una emoción en el espectador a partir de esa “falta” de subjetividad en el personaje, de tal forma que el sentimiento sea propio y no un reflejo de los “fingidos” por el actor.
Es conocido que Bresson hacía ensayar a sus actores (que no eran actores profesionales desde “Un hombre condenado escapa”, 1956) una y otra vez la misma escena hasta que los diálogos, a fuerza de repetición, fueran enunciados mecánicamente y quedaran libres de la carga emocional del actor. Los actores no debían actuar, debían transformaran en receptáculos, en “modelos” (objetos).
Bresson no sólo fue un creador, fue un ideólogo de la “cinematografía” (término que usaba para diferenciar sus estrategias del “cine”, entendido como las películas de corte teatral). Esto le obligó a controvertir, película a película, los excesos de los cánones fílmicos hasta llegar a una cinematografía minimalista donde cada gesto, cada palabra e imagen cuenta.
Con ese ánimo, renunció a las actuaciones memorables (Renée Faure y Sylvie en “Les Anges du péché”, 1943, o Marie Casares en “Les Dames du Bois de Boulogne”, 1945), al exceso de planos e incluso a la magistral fotografía de L. H. Burel en “Le Journal d'un curé de champagne” (1950).
En la carrera de este maestro pueden identificarse dos periodos: el primero, al que algunos críticos como Paul Schrader, calificaron como “trascendente”, se caracteriza por finales de redención y del triunfo espiritual de sus protagonistas: además de las tres enunciadas, “Pickpocket” (1959) y “Procès de Jeanne d'Arc” (1962) donde, al contrario de su costumbre, Bresson opta por un final simbólico: la escena final muestra, la estaca humeante donde quemaron a Juana.
A partir de “Au hasard Balthazar” (1966), Bresson ofrece una mirada desencantada donde no existe la posibilidad de redención y donde los protagonistas fracasan por debilidad o por la indiferencia del mundo que intentan cambiar. Este cambio redundó en la aceptación del público poco dispuesto a enfrentarse a tales niveles de pesimismo.
Bresson, sin embargo, es fiel a sus concepciones que tienen origen en la introspección: tanto su visión trascendental, como su posterior desilusión no se pueden explicar a partir de la religiosidad o del compromiso político. Está más allá del catolicismo, de la fe en la vida eterna y de las ideologías.
Contemplar una obra de Bresson es aceptar el reto de adentrarnos en un terreno aparentemente árido donde una belleza sobria, rigurosa y poética está presente en cada encuadre. Este director raya los límites de la abstracción al fragmentar los cuerpos, al redimensionar los gestos, el juego de miradas y el sonido como bien se demuestra en “Pickpocket” (1959), una de sus más destacadas obras, en la que hay que resaltar el llamado “ballet de las manos”: una secuencia sin diálogo donde el novel ladrón Michel (Martín Lasalle) es iniciado en las artes del carterismo.
Las películas de Bresson nos pueden llevar por los caminos ascéticos de Juana de Arco, o a la metáfora del mesías encarnado en el destino de un burro, incluso a la atormentada dupla del crimen y castigo o de la la culpabilidad y el perdón, pero también puede enfrentarnos a la pérdida de valores mediante una fábula medieval y caballeresca como “Lancelot du Lac” (1974), o al nihilismo de la juventud (“Le diable probablement”, 1977) o del consumismo pernicioso (“L’argent” 1984).
Ver la obra de Bresson es descubrir la materia de la que están hechos los hombres, es "alcanzar ese 'corazón' que no se deja atrapar ni por la poesía, ni por la filosofía, ni por la dramaturgia."
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