domingo, 25 de septiembre de 2011

Censura a la mexicana

En la historia del cine mexicano, la censura se ha mostrado bajo una máscara discreta, bajo la etiqueta de “supervisión”, las películas han sufrido todo tipo de vejaciones que mucho tienen que ver con la falta de criterio de las autoridades para determinar cuáles producciones pueden ser exhibidas de manera pública, o, peor aún, para fundamentar la mutilación o el “enlatamiento” de ciertas cintas.


Desde el temprano 1910, durante el gobierno de Francisco I. Madero, las salas de cine se multiplicaron y surgió la figura del “inspector” cuya función era fomentar la “higiene del espíritu” del pueblo, alejarlo del vicio y de las “bajas pasiones”. Era la época de las vistas que alternaban con variedades diversas que incluían actos de bailarinas, prestidigitadores y payasos: el Cine Pathé fue clausurado porque las variedades atentaban contra la moral.



Con la promulgación de la Constitución de 1917, el Gobierno de Venustiano Carranza incluyó un régimen legal para la producción, distribución y exhibición que sería el inicio formal de la industria cinematográfica en México, pero en octubre de 1919, también se publicó el Reglamento de Censura Cinematográfica (RCC), a cargo del Departamento de Censura dependiente, desde entonces, de la Secretaría de Gobernación.



El cine revolucionario debía exaltar la figura del héroe rural y de la revuelta nacional, así que cuando Fernando de Fuentes presentó a un Pancho Villa capaz de asesinar a la esposa e hija de uno de sus dorados para obligarlo a regresar a la lucha, el resultado era predecible: el final de “Vámonos con Pancho Villa” (1935) tuvo que ser eliminado.



Durante La época de oro del cine nacional que comprende los años 40 y 50, directores como Bracho, Gavaldón, Rodríguez, Fernández y Galindo llenan las salas cinematográficas con películas que buscan una afirmación de la nacionalidad, la exaltación de los pobres y la abnegación de las madres.


Aunque la mayoría de las veces se retrató a un México distorsionado, hubo producciones que fueron la excepción de la regla: “Los Olvidados” (Luis Buñuel, 1950) que sin embargo tuvo que optar por un final más “suave” que el original y aun así, la película salió de cartelera a la semana de su estreno.


Ya fueran de temática urbana o rural, algunas cintas fueron censuradas por transgredir la buena imagen de lo militar como en “Las abandonadas” (Emilio Fernández, 1944); por criticar el caciquismo (“El brazo fuerte” de Giovanni Korporaal, 1958)o la política (“El impostor” de Emilio Fernández, 1956); por presentar escenas de desnudos (“Cada quien su vida” de Julio Bracho, 1959)o por “poner en peligro” nuestras relaciones diplomáticas (“Espaldas mojadas” de Alejandro Galindo, 1953).


Sin que mediaran razones claras para su censura, “La sombra del caudillo” (Julio Bracho, 1960), film basado en la novela de Martín Luis Guzmán y que retrata las sucesiones presidenciales de 1924 y 1928, se convirtió en el ícono de la película maldita mexicana.

Ya en los 70, durante el gobierno de Echeverría, “Nuevo Mundo” (1976), opera prima de Gabriel Retes fue retirada de cartelera a los tres días de su estreno debido a que su propuesta de la creación de la Virgen de Guadalupe a partir de un modelo indígena escandalizó a las buenas y devotas conciencias de la clase media.


“La Viuda Negra” (1977) de Arturo Ripstein tuvo que soportar seis años en la lata antes de que lograra exhibirse debido a las escenas por demás escandalosas que mostraban el amorío entre un ama de llaves (Isela Vega) y un párroco (Mario Almada).


Bajo el mismo estigma, “Redondo” (1984) de Raúl Busteros seguramente nunca alcanzará las salas de cine mexicanas ya que la rebelión de un grupo de monjas poblanas en el siglo XVIII es narrada con imágenes irreverentes y secuencias con connotaciones sexuales hacia la imagen de Jesucristo.


Y podríamos enlistar casos curiosos, indignantes e incomprensibles de censura en estos casi cien años de vida del cine mexicano, más los que se acumulen.


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