domingo, 25 de septiembre de 2011

Pa’ su m… ¿quieres saber qué es una buena película?


El cine es tan popular que parece que eso le da derecho a cualquier hijo de vecino de alabar o sobajar las películas sin discreción alguna y siempre escudados tras la oración “para mi es buenísima”.

Ver una película es un proceso avasallador por el que nos abandonamos a la historia y a las emociones que nos puede despertar, bajo esta óptica tan personal y emotiva, siempre podremos tachar de buena o mala a un filme en la medida que me haya divertido o emocionado. Este criterio primitivo se basa únicamente en la emoción está considerado por Laurent Julier como uno de los seis que puede usar el espectador poco adiestrado para sustentar sus dichos y que se traduce en frases del tipo “yo sólo veo películas que me diviertan”, “no me gustan las películas que me hacen sufrir”.

Otra forma común de establecer un criterio sobre los méritos de una película es excluirnos de esa responsabilidad y endosársela a otros que pensamos con mayores conocimientos como los críticos, por ejemplo (aunque a veces no entendamos qué nos quisieron decir), nuestros amigos, familiares o conocidos (ya sea porque sus gustos coinciden con los nuestros o tienen mejor olfato para descubrir el arte).

Lo malo es que pocas veces podemos conocer los elementos que utiliza un crítico (o un jurado) para denostar o encumbrar cualquier obra y quedamos, nuevamente, a merced de nuestras limitaciones para apreciar el “buen” cine.

Además de la emoción, Jullier señala el éxito, la calidad técnica, la edificación, la originalidad y la cohesión como los criterios más usados para calificar una película.

El éxito de una película puede medirse con base en el número de personas que la fueron a ver, el dinero recaudado, óscares (u otros premios) ganados, el número de estrellas en IMDB, etc.

La calidad técnica (“es una película muy bien hecha”, “se utilizaron tantas cámaras y tantas poleas”) también es considerada por Julier como un criterio muy ordinario para calificar una película, toda vez que el valor artístico de una película no va de la mano con los efectos especiales, horas/hombre o con los artilugios tecnológicos utilizados. Un desprolijo plano de Kubrick siempre será más artístico que cualquier emisión televisiva y una película plagada de efectos no es por ello mejor que una minimalista.

La edificación, un concepto también común a todos los seres humanos, se traduce en que el mérito de una película se basa en sus habilidades “didácticas”, en que “nos deje algo”, ya sean reflexiones o aprendizajes de vida.

Por último, los criterios que Julier ya califica como sofisticados porque exigen un conocimiento más profundo de cinematografía son la originalidad y la cohesión.

Una película es original en la medida que se diferencia de otras obras, esto implica una comparación para evitar “hincarnos ante cualquier barbón” por no conocer a Dios.

La cohesión, por último, surge de un análisis que permite definir si la forma narrativa es la mejor entre las posibles y si la película cuenta con una economía de recursos (sólo usa los elementos estrictamente necesarios y los más eficaces).

La cohesión implica volver a ver la película una y otra vez, para que en cada lectura podamos reconocer la virtud de cada elemento y recurso de la puesta en escena (descubrir el porqué de cada elección del cineasta: planos, encuadres, iluminación, movimientos de cámara, sonido, pantomima, arte, etc.), así como las pequeñas imperfecciones que dotan de vida el montaje y la forma como se van engarzando para contar una historia de la mejor forma posible.

Cuanto más conocemos sobre la cinematografía y más dominamos los términos técnicos, más libres somos para escoger los objetos que gozan de nuestra preferencia y, lejos de desechar los placeres “sencillos”, estamos en posibilidad de aumentar el círculo de las imágenes que nos emocionan y de definir, con las mejores bases, qué es una buena película.


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