domingo, 25 de septiembre de 2011

La ciencia del cine

Cuando por fin la sala queda a oscuras y nos preparamos para disfrutar de la película que hemos elegido, es poco probable que nos distraigamos reflexionando sobre la ilusión óptica que nos permite percibir el falso movimiento proyectado.

La acción percibida se logra mediante la sucesión rápida de miles de fotogramas (imágenes fijas ligeramente distintas entre sí). A cada fotograma sigue un instante de oscuridad de tal forma que —aunque no lo notemos— la mitad del tiempo no se proyectan imágenes sobre la pantalla, pero gracias a la “persistencia retineana” (toda imagen que llega a nuestros ojos permanece brevemente en la retina) es casi imposible que nos demos cuenta de este escamoteo de imágenes.

Por otra parte, el “movimiento aparente” es ese empeño de nuestro cerebro en hilar la continuidad de acción entre fotogramas centelleantes y cambiantes para observar figuras en acción donde sólo hay fotos fijas en sucesión.

Por último, es necesario que los fotogramas se sucedan a una buena velocidad para que no se perciban “saltos” en la proyección, a este fenómeno se le llama “inercia de la visión”. A mayor velocidad, el cerebro percibirá un haz de luz en lugar de destellos.

Durante los primeros años del cine, las películas se proyectaban a 16 o 20 fotogramas por segundo y alcanzamos a ver esos instantes de oscuridad. Actualmente, las películas se proyectan a 24 cuadros por segundo y la imagen es impactada dos veces por el haz de luz de tal forma que se ha eliminado cualquier posible “pérdida” entre cuadros.

La velocidad de proyección nos lleva al metraje, esto es, la cantidad de cinta necesaria para contener una película, las películas sonoras corren en el proyector a 90 pies por minuto (27.43 m) lo que arroja que cada hora de película proyectada mide una milla (1.6 Km), lo que implica que una película respetable de hora y media podría extenderse por toda la Calzada de los Muertos de Teotihuacán y todavía nos sobrarían 400 metros.

La película tradicional análoga, al igual que sus parientes, los antiguos rollos de fotografía, es una base de acetato transparente emulsionada en uno de sus lados (el lado se ve opaco). La emulsión consiste en capas gelatinizadas de soluciones químicas sensibles a la luz, de tal forma que cuando ésta choca contra la emulsión provoca una reacción química causa acumulaciones de cristales en ciertas zonas que varían en densidad de acuerdo a la intensidad con la que la luz incide.

Mientras que la cinta de película en blanco y negro está cubierta por una única capa de emulsión (de haluro de plata), las películas en color tienen varias capas: una por cada color que se desea filtrar además de las tres obligadas para filtrar el espectro primario (rojo, amarillo y azul).

La cinta también posee una serie de perforaciones a cada lado que sirven para ser enganchadas por los dientes de los mecanismos de cámaras y proyectores para que puedan “correr” a un ritmo constante y continuo.

Uno de los lados está reservado para incluir la banda sonora, esto es, la totalidad de lo que debe oirse con la proyección (sonido diegético, extradiegético, música, incidentales, diálogos, etc.). La banda sonora puede ser magnética u óptica. Cuando la banda es magnética es leída por un aparato parecido a un lector de casete. Por su parte, si la banda es óptica, ésta muestra distintas intensidades de luz que se transforman en impulsos eléctricos y de ahí en sonidos.

Tanto el tamaño de las perforaciones como el lugar reservado para la banda sonora dependen del formato de película que se esté usando (Súper 8, 16 mm, 35 mm, 70 mm, Imax) y es un estándar mundial que facilita el intercambio entre países.

Cuando se habla de la magia del cine es obligado pensar en lo extraordinario que fue conjuntar tantas tecnologías para crear este arte tan moderno, pero el espacio es poco para agotar el tema y ofrecer una mirada a las tripas científicas de nuestro amado cine. Ya volveremos.

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