domingo, 25 de septiembre de 2011

El mesías en el cine


La vida de Jesucristo encarna la imagen perfecta del relato mesiánico: las profecías que vaticinan el nacimiento del un “elegido” que vencerá a los invasores romanos y al gobierno pelele judaico y que recuperará los días gloriosos de Israel.

El relato mesiánico se origina en la necesidad de un líder en una comunidad en crisis y se complementa con elementos dramáticos como las profecías, la decadencia de las estructuras del poder, la deseo colectivo por reinstalar una perdida edad de oro, la creencia en el poder del mesías, los esfuerzos de los antagonistas por truncar la vida del elegido, el abandono del héroe recién nacido y su rescate por padres adoptivos, su infancia alejado de la comunidad a la que rescatará y en desconocimiento de su misión, el regreso a la comunidad, la rebelión, la traición, el sacrificio del héroe que redimirá al pueblo, su descenso al infierno (o su alejamiento) y la promesa de su retorno.

La figura del mesías ayuda a configurar la identidad colectiva, la comunidad visitada se enfrenta a una experiencia de cambio en su propia tierra (no hay un viaje iniciatico) y esa transformación es una experiencia a la vez traumática y liberadora a partir de la cual la comunidad encontrará un denominador común que cohesiona.

La figura del héroe secular es un argumento al que se recurre a menudo en cine, sin embargo, llevar la historia del mesías sagrado a la pantalla grande ha significado un sinfín de problemas. La sacralidad nos impone distancia (¿cómo identificarse con un dios?) y la encarnación impone otra barrera qué es lo que se debe representar el sacrificio redentor o la lucha interna del Cristo (sin mencionar las objeciones de conciencia del propio cineasta o de la posibilidad de herir las susceptibilidades de su público).

Por ejemplo, Griffith en “Intolerancia” (1916) optó por una representación iconoclasta, contemplativa y distante al representar la historia de Jesús que contrasta con el tono melodramático de las otras partes del tríptico. Así también, “Rey de Reyes” (DeMille, 1927), “La historia más grande jamás contada” (Stevens, 1965) y “Jesús de Nazareth” (Zeffirelli, 1977) tampoco se atreven a penetrar en el terreno íntimo ni a violentar (o poner en duda) el carácter sagrado del protagonista.

Nicholas Ray en su versión de “Rey de Reyes” (1961) encontró una fórmula para eludir el hermetismo del personaje: apostó a la identificación del espectador con los personajes que rodean al mesías, pero no con Jesús mismo. Este mismo recurso sería usado por Norman Jewison en “Jesucristo Superestrella” (1973) donde los protagonistas reales son María Magdalena (la amante sublimada) y Judas (el amigo traidor). En la controvertida película de Mel Gibson “La Pasión de Cristo” (2004), tampoco hay una identificación con el mesías sino con la injusticia a través de la exacerbación del martirio.

No sería sino hasta “La última tentación de Cristo” que Scorsese logra explicar el relato a través de los ojos del propio Cristo previa desacralización. El mesías duda (muestra una debilidad muy humana) de su condición divina e imagina en el postrer momento qué hubiera sido de su vida de haberse abandonado a la humanidad.

Pero el mesías también se ha encarnado para retratar a personajes históricos investidos de una misión suprema, así, el “biopic” (género biográfico) suele rescatar el dolor íntimo del héroe como en “Espartaco” (Kubrick, 1960); “Gandhi” (Attenborough, 1982); “Malcom X” (Lee, 1992) y “Corazón Valiente” (Gibson, 1995).

Pero es en las películas fantásticas donde el mito del elegido podrá llevarse a su máxima expresión: Luke Skywalker de la saga “La Guerra de las Galaxias” (Lucas, 1977-1982); “Superman” (Donner, 1978); “E.T.” (Spielberg, 1982); John Connor en la saga “Terminator” (1984-2003); Roy, el replicante, de “Blade Runner” (Scott, 1982) o Neo de la trilogía “Matrix” (Hnos. Wachowski, 1999-2003) son ejemplos que cumplen a cabalidad con la iconografía del mesías.
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¿Preparado para la llegada del nuevo mesías?

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