…ni elipsis, ni contracampos, ni acercamientos. En el inicio, el tiempo y el espacio eran únicos e indivisibles, no existía el lenguaje cinematográfico.
Hagamos un viaje al pasado ¿recuerdan las “vistas”, esas películas de duración cercana a un minuto que capturan escenas de la vida diaria: trabajadores a la salida de la fábrica, bebés comiendo, la llegada del tren? Esas escenas eran capturadas en una sola toma, sin edición ni corte alguno, el camarógrafo se limitaba a mover la manivela “fotografiando” el movimiento de lo que pasaba frente al lente.
Pero también existía el “cuadro” que en oposición al cine de lo real, era una representación teatral que se desarrollaba entre tres paredes y la cámara (la cuarta pared). Los “cuadros” era un tipo de cine rígido que desarrollaba una acción o historia en un mismo espacio-tiempo, sin cortes, acercamientos o movimientos de cámara con encuadres abiertos o de conjunto que mostraban a los personajes de cuerpo completo todo el tiempo.
Años después, Griffith haría que un personaje abriera una puerta, que saliera por ella por el lado izquierdo de la pantalla para reaparecer después de un breve corte por el lado derecho ¡Eureka! El plano había sido creado.
Los planos son esos pedacitos con los que se forma una película. Cada corte define un cambio de encuadre, de personaje, de posición de la cámara, de espacio o de tiempo.
Para el público moderno, la sucesión de planos es casi imperceptible, gracias a las competencias que hemos ganado como espectadores, pero en su momento se creyó imposible que el público entendiera la continuidad de una historia con más de un corte.
El cerebro tiende a completar y puede ser que este sea la razón de nuestra familiarización con la narración por planos, puesto que los planos no tienen significación por si mismos (no cuentan una historia completa) buscamos ese significado uniendo planos en escenas o secuencias.
Sea cual sea la explicación, a la narración por planos le debemos un punto de vista ilimitado, la continuidad (y discontinuidad) del tiempo y la contigüidad de espacios. A partir de este descubrimiento el cineasta se transforma en dictador: él decide qué deberá de verse, cómo deberá contarse, cuáles imágenes se mostrarán, se transforma en el artífice del montaje.
Vincent Pinel, El Montaje, El espacio y el tiempo del film. Paidós, Barcelona, 2004.
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